Mi jazmín marchito

Por: El Dr. Andrés Corona Sánchez.

“El amor es el linimento de la vida,

el agua que quita la sed de amar

y la mortaja del alma”. ACS

Ayer mi amanecer fue un poco triste, pues se celebraba un día muy especial; miré pasar a los jóvenes contentos, portando flores y regalos en sus manos, las muchachas se miraban muy inquietas como esperando que algo ya llegara. Pasó la mañana y llegó la tarde y poco a poco fueron apareciendo las parejas muy contentas, con miradas tiernas y platicando en secreto.

Me acordé de mis tiempo de guache, cuando ilusionado en mis manos portaba una carta perfumada y una flor de jazmín para entregársela a la mujer que mi mente ocupaba; cómo me ilusionaba saber que la vería, cómo me inquietaba el pensar que estaría junto a ella platicando y mirando sus ojos de frente, cómo ansiaba probar el néctar de sus labios, cómo necesitaba aspirar el perfume que emanaba de su cuerpo, cómo necesitaba el calor de sus labios.

Pero llegó el día soñado, y el jazmín que había cuidado con mucho amor, esa tarde, se encontraba lleno de bellas y frondosas flores que despedían un perfume embriagador; me arreglé lo mejor que pude para acudir a la cita, iba todo lleno de ilusiones, de sueños, de esperanzas porque la vería. Antes de partir, fui en busca de un hermoso ramo de aquellas flores que mi jazmín tenía y la carta que con mucho amor había escrito puse en la bolsa de mi camisa y partí caminando, nervioso y emocionado.

Cuando arribé al lugar indicado, miré cómo empezaron a aparecer las parejas, caminaban muy contentas mirándose a los ojos y diciéndose cosas muy bajito; poco a poco, cada una buscó un rinconcito donde pudieran esconderse de las miradas furtivas y decirse, quién sabe cuántas cosas de sus amores. Ahí me puse a esperar todo nervioso la aparición de la prenda amada, pero el tiempo pasó y la guacha no llegaba; la espera se hizo eterna, el tiempo volaba y mi angustia crecía.

La tarde empezó a despedirse y la desilusión se apoderaba de mi, muy lentamente, mis pensamientos eran un caos y mis dudas se hicieron presentes, ¿Por qué no llegaba?, ¿por qué no se hacía presente?. Mi angustia crecía a cada momento, porque veía que las otras parejas cosas se decían, sus manos se entrelazaban y sus labios temblorosos se unían. Aromas de amores, sus cuerpos despedían y la noche alcahueta con su manto quiso esconderlos, para que continuaran diciéndose promesas de amor.

Ahí me encontraba, como un viejo centinela, esperando y pensando, porque no llegaba, los latidos de mi corazón se fueron espaciando y el ramo de flores, empezó a marchitarse en mis manos, la dama que ilusionó mi corazón no se hizo presente y un nudo en la garganta dificultó mi respiración; un leve dolor apareció en mi pecho y mis ojos empezaron a nublarse por el llanto contenido. Las parejas que ahí se encontraban me miraron a escondidas y discretas se fueron desapareciendo una tras otra hasta dejarme completamente solo.

Las estrellas aparecieron una a una, muy discretas, como respetando mi dolor y la luna temerosa alumbró tenuemente mi soledad; los grillos no cantaron, pues miraron mi tristeza y la noche pareció detenerse con la esperanza de que apareciera. Pero fue inútil, porque la soledad quiso ser mi compañera, y mis cansados y entumidos pies empezaron a reclamar el descanso se negaban a dar paso, sin embargo, mi tierno corazón, aún albergaba la esperanza de que apareciera.

El tiempo se acabó y lleno de amargura regresé a mi casa, la carta que escribí con mucho amor, quedó hecha pedazos por el suelo y las flores, ya marchitas y casi secas las arrumbé en uno de los viejos pretiles de mi casa: Esa noche lloré amargamente, casi como nunca lo había hecho, maldiciendo el haberla conocido, el haberla mirado y el haberla escogido; la noche fue muy larga y mi amiga la madrugada, compadecida me arrulló para que mi sueño se conciliara.

Los juguetones rayos de sol me pegaron en la cara con la intención de que ya despertara y los cantos de las cunguchas desbarataron mi modorra; sin ánimos de hacer nada me incorporé lentamente, pues debía realizar mis labores cotidianas, que sin ningún ánimo, comencé a realizarlas. En mi corazón había mucho dolor y rabia, y sólo deseaba en ese momento tenerla frente a mi, para reclamar su proceder y la burla de que fui objeto, quería golpearla con mi desprecio y hacerla pedazos con la mirada.

Cargado de tristeza, me fui a sentar a la sombra de aquel viejo capire que tanto significó para mi, con la intención de desahogar todo aquel cúmulo de sentimientos encontrados que guardaba dentro de mi; sin embargo, el canto triste de un ave llamó mi atención, pues sólo cantó tres veces y levantó su vuelo para no dejarse ver más. Dejé que pasara el tiempo y me perdí en la nada, hasta que llegó uno de mis amigos con rostro serio y adusto, no dijo nada, sólo me entregó una carta escrita por ella y sin decir más se quedó parado frente a mí, de inmediato identifiqué el perfume que ella usaba, no sabía qué hacer, si leerla o hacerla pedazos, sin embargo la curiosidad pudo más y esto decía:

“Amor, perdóname porque no pude estar contigo, pero tuve que cumplir una misión muy importante y no pude dejar de atenderla; no me juzgues mal, yo te amo y te seguiré amando siempre, pronto entenderás porque no pude verte, pero estas líneas las escribí pensando solo en ti. ¡Te quiero mucho!, ¡cuídate!”.

Mi corazón dio un vuelco y quise preguntarle a mi amigo, qué pasaba, que dónde se encontraba; la respuesta me la dio cuando sus ojos se derramaron de llanto y con voz entrecortada me dio la triste noticia de su muerte. Me desplomé sin fuerzas entre las raíces de aquel viejo árbol y lloré desconsoladamente no sé por cuánto tiempo; ahora entendía la razón de su ausencia, del por qué las flores se secaron y del triste canto de aquella ave.

Me dispuse ir a verla y quise llevarle un gran ramo de flores , pero mi jardín no tenía ninguna, pues la mayoría de las plantas se encontraban secas y sin flores; me encaminé muy lentamente hacia su casa y al entrar miré de lejos la mortaja adornada con sus cuatro cirios y a ella vestida de blanco, como una princesa, durmiendo en su aposento, serena, hermosa y en sus delicadas y pálidas manos, un gran ramo de rosas y adornando su testa una corona hecha con las flores de mi jazmín.

¡Es cuanto!.

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