La encuesta de la discordia en Morena

Es cierto que la encuesta, como dijo el presidente López Obrador es, en la vida democrática, un mecanismo en el que el pueblo decide

Hace un par de días daba mi opinión o juicio sobre las deficiencias e injusticias que ha acarreado el método de la encuesta como mecanismo de selección de candidatos a puestos de elección popular.

Quizá el tema ya había detonado y fue materia de análisis y posicionamientos, no de ahora, sino desde hace mucho tiempo donde la lista de injusticias creció, pero tal vez perdió más crédito porque técnicamente no hay transparencia cuando radica la incertidumbre en datos plagados de zozobra que nunca se publican; es más, ni siquiera hemos sido testigos de las empresas que las efectúan, lo que siembra dudas y cosecha descontento.

Es cierto que la encuesta, como dijo el presidente en su conferencia matutina, es, en la vida democrática, un mecanismo en el que el pueblo decide. No obstante, el problema no solamente radica en el momento que se ignora por completo la legalidad de la metodología, sino también cuando se presentan casos donde, claramente, hubo una decisión unilateral.

Hace un par de días cité el caso que más seguí en Michoacán. Fue, entonces, el asunto más mediático cuando se dejó fuera al senador Cristóbal Arias Solís que ganó 42 encuestas pero perdió la de Mario Delgado. Curiosamente después de dominar estudios conocidos y reconocidos por la autoridad electoral, pierde supuestamente una que, más bien, pareció a todas luces una decisión que se basó solamente como un manotazo operado sobre la mesa.

Perdón que insista pero realmente quedé sorprendido. Es una de esas veces que no puedes creer lo que pasó. Nunca me imaginé bajar de las escaleras del Comité Ejecutivo Nacional de Morena a otro perfil. Fue un agravio y una ignominia no sólo para Cristóbal sino para el pueblo de Michoacán que dejó volar la imaginación de un asunto inverosímil que sólo confirmó que la encuesta es tendenciosa y sesgada.

Mario Delgado fue incapaz de dar una respuesta creíble. Fue más fácil y lamentable decir que el pueblo es quién decidió. De ahí la importancia de un tema que por todas partes se habla en estos momentos; ese fue el asunto que salió a la intemperie pública donde, incluso, el propio presidente le entró a la opinión.

Todas se respetan, máxime cuando se trata de una figura de la dimensión del presidente López Obrador. El asunto es que se trata de una realidad inminente: los mecanismos de elección deben ser reformados. Así, Morena tiene en su poder dar legitimidad a algo que especialmente ha sido la manzana de la discordia.

Morena ha vivido momentos álgidos que han sido canalizados en triunfos en un mapa político que, hasta hace poco tiempo, fue dominado por la derecha. Esa expresión llegó, en gran medida, gracias a la imagen del ahora presidente y a la batalla irrestricta de un movimiento social que encabezaron grandes referentes de la lucha democrática.

No obstante, si piensan que Morena en este momento tendrá arraigo por muchos años y una larga vida, viven en una atmósfera imaginaria que si no se consolida de una vez por todas, puede vivir si, una etapa inmejorable, pero, con el paso del tiempo, entrará en decadencia porque no se nutre de legalidad y certeza en sus órganos internos del partido, en su toma de decisiones.

Podrán decir que el pueblo decide. No dudo que en cuanto a eso, el presidente tenga razón. Sin embargo, esa falta de voluntad logra tener injerencia directa cuando no se conoce el curso metodológico de la encuesta que aplica Morena. En teoría sabemos que se hace, al menos en el papel de la dirigencia eso dicen. Pero nadie puede asegurar eso. No hay confiabilidad. Los aspirantes se enfrentan a la incertidumbre de los resultados.

Por ello, para definir un abanderado bajo otros mecanismos máxime, cuando el mismo López Obrador ha dicho claramente que no tiene preferencia por ninguno, es buen momento para que Morena dé un golpe de timón a través del consejo y reformar, de manera urgente, los estatutos para que no se deje margen de especulación y suspicacias. La solución la tienen los órganos internos que sujetan el control y la facultad para reconsiderar una designación distinta que rompa el paradigma tradicional.

Efectivamente, que sea el pueblo quien decida, pero con otros instrumentos no tan cuestionados ni tan prostituidos que abran la ventana a una auténtica democracia partidista. Están a tiempo. Quizá después sea demasiado tarde y puedan verse obligados a realizarse cuando, en el papel, estén divididas las opiniones.

Mientras tanto seguirá siendo la encuesta de la discordia. El cambio de metodología es inexorable.

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