Un nuevo mañana

Por: el Dr. Andrés Corona Sánchez.

 

            Desperté sobresaltado al oír entre sueños un profundo tronido que hizo temblar al cielo, una serie de relámpagos me cegó momentáneamente, el aire soplaba fuerte, las hojas de los árboles se frotaban unas contra otras, era de madrugada y llovía a cántaros, las gruesas gotas de agua salpicaban por entre las tejas de la casa y una brisa pegajosa empezó a mojar mis cobijas. Como pude me arrimé a la pared de la vieja casa de adobe y me acurruqué tapándome con unos viejos costales de mecate.

            No supe qué horas eran, pero la negrura de la noche era grande, y sólo los relámpagos me permitían ver de vez en vez; los tronidos siguieron uno tras otro por quién sabe cuánto tiempo hasta que de pronto sólo se siguió escuchando la fuerte caída de la lluvia, la cual fue amainando poco a poco hasta convertirse en un continuo chipi chipi. Por fin me venció el sueño y fue hasta ya entrada la mañana que desperté, olía a tierra mojada, a esperanza, a ilusión, a nuevos sueños.

            Me sentía medio entumido por la humedad de la brisa que el viento aventó sobre las cobijas en las que me envolví en mi vieja cama de canchire y la verdad no tenía nada de ganas de levantarme, pero era necesario primero porque mi estómago ya pedía algo de comer y segundo porque debía ir a trabajar, y pues ni modo, a joderse. Después de cavilar un rato con mi pensamiento tuve que levantarme.

            Primero me dirigí hacia el corral para revisar a los animales con un costal en el que les llevaba una sabrosa ración de moloncos de maíz para que empezaran a comer, pobrecitos, estaban todos empapados entre el soquite por la lluvia, por eso los acicalé un poco para que se empezaran a desentumir, enseguida me dirigí a buscar mis enseres de trabajo y los fui acomodando uno a uno, machete, terecua, guaje, hoz, Etc. En la cocina de la casa empezaron a prender la lumbre del fogón y del comal, lo que indicaba que ya pronto estaría el almuerzo.

            Ya con las bestias ensilladas y los enseres acomodados sobre ellas, me llegó un rico aroma de comida mañanera, memelas de nixtamal caliente, nopales con longaniza y un jarro de atole blanco, sin pensarlo dos veces, me acomodé en la mesa y una a una fui consumiendo aquellas benditas memelas que con gran cariño mi madre preparaba. Después de llenar el estómago nos miramos mi padre y yo y sin decir nada nos levantamos y nos dirigimos rumbo a la parcela que ya nos esperaba.

            A lo lejos la divisamos, se veía preciosa, llena de grandes matas de milpa, se les notaba un verdor casi negruzco y en la punta se le apreciaban las espigas que simulaban coronas de azahares; entre sus surcos destacaban las grandes guías de calabaza, sandía y melón, y cada una de ellas nos presumían sus frutos de diferentes tamaños. Al empezar a acercarnos se escuchaban los cánticos de los pájaros silvestres, entre los que destacaban los cenzontles, los gavilancillos, las urracas, los chufiros, las tortolitas y una que otra güilota ala blanca.

            Contentos empezamos la tarea de desyerbar, ya que de no hacerlo pronto estaría lleno de bosque toda la siembra, sobre todo de pindinicua, la cual le quitaría fuerza a la planta y el fruto sería muy ralo; la faena estaba dura, pero nuestra fe y nuestra esperanza era mucha, por eso seguimos dale y dale, tarecuaso y tarecuaso, hasta que se llegó la hora de la comida. Mamá nos había preparado unos tacos de frijoles con huevo que debíamos calentar, pero el problema era, con qué calentarlos si todas las barañas y la leña estaban mojadas ese ya era un problema.

            Mi viejo sin decir nada se dirigió hacia el viejo Cascalote y de un hueco entre sus raíces, sacó unos trozos de madera y unas cuantas barañas con las que encendió una hoguera para después en sus brazas empezar a calentar aquel manojo de ricos tacos que saciaron nuestra hambre. Que inteligencia de mi padre, desde entonces fui precavido en esos menesteres, porque como me dijo esa vez, esto lo aprendí de mi padre hijo, así que no se te olvide cómo se hace.

            Después de saciar nuestro apetito, nos dispusimos a reposar por un rato, y escuchando los trinos de los pájaros nos echamos una merecida y reparadora siesta, sin embargo debíamos seguir con nuestra tarea y así lo hicimos hasta que llegó la tarde. Un poco cansado y sudoroso vi que mi padre se paró a media parcela y con los brazos en cruz empezó a agradecerle a la vida, al viento, a la lluvia, al sol, al cielo y a Dios, lo mucho que nos había dado y la verdad amigos, yo creo que el Creador se equivocó conmigo, yo le pedí muy poquito y me dio de más, por eso yo le agradezco todos los días la oportunidad que me da de vivir, ojalá y ustedes también lo hagan.

            ¡Es cuanto!.

Un comentario sobre «Un nuevo mañana»

  1. FELICIDADES POR TAN BUEN RELATO, ME ENCANTA SU MANERA DE ESCRIBIR Y DE LLEVAR DE LA MANO LA INAGINACION, ESTOY DE ACUERDO CON USTED DIOS NOS DA A MANOS LLENAS.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Contenido Protegido