Se fue mi tiempo y su tiempo

Por: el Dr. Andrés Corona Sánchez.

        Llegué de madrugada, la oscuridad aún estaba presente, bajé como pude del autobús, medio adormilado todavía, arrastré las maletas hasta el corredor de la vieja casa y me arrejolé en el viejo y despostillado pretil de cemento; mucho tiempo había pasado desde que me fui la última vez, pero ahora regresaba un poco más viejo y cansado, un poco sin ilusiones, un poco ya sin esperanzas.

        Aún se podían ver unas cuantas estrellas en el firmamento, los grillos continuaban con su sonsonete y los chupiritetes seguían prendiendo y apagando su tenue lucecita a cada rato; el silencio fue roto de pronto por el cantar de un gallo, para ser imitado enseguida por quién sabe cuántos más: el cuerpo me dolía por lo cansado del viaje, por eso decidí encaminarme hacia la vieja Loma del Diablo.

        La pesada subida hizo que jadeara y empezara a sudar, quise como en aquel entonces caminar por donde acostumbraba de niño en la vieja loma, visitar aquel viejo Cirián donde se quebraban las piñatas y brincar por los sanjones que el agua hacía. Nada de eso quedaba, pues en su lugar encontré infinidad de viviendas con calles que conducían a no sé dónde. Seguí caminando y poco a poco la nueva luz del día me sorprendió acongojado.

        Sí, mi congoja fue creciendo cuando empecé a descubrir los cambios que se habían suscitado, el pueblo había crecido desmesuradamente hacia ese lugar sin planeación alguna, el arroyo Seco como se conocía se había convertido en un gran colector de aguas negras y excrementos humanos; las viejas parcelas las convirtieron en pequeños predios que contenían viviendas de gente venida quién sabe de dónde. Sentí un nudo en la garganta porque esa parte que se encontraba arbolada, hoy se veía pelona y reseca.

        Mis ojos buscaron afanosamente los grandes Corongoros y los viejos Cuirindales donde recogía por las tardes los huesos de Cacahuananche que le vendía a Don Rufino Castillo; el sanjón grandote que se encontraba en ese lugar había desaparecido, según dicen algunos viejos, lo aterraron de cascajo y de basura. Decidí entonces seguir adelante y me encaminé hacia donde mi padre tenía su parcela con la esperanza de que siguiera en el mismo sitio donde hace mucho tiempo la dejé.

        Ahí estaba, silenciosa y sumisa como siempre con una gran zanja la atravesaba de lado a lado, la lluvia la había herido porque nadie le puso los retenes de estaca y ramas que el viejo ponía para detener su deslave; se encontraba pedregosa, reseca, zacatosa y reventada. Un gran sentimiento de culpa se apoderó de mí, por haberla abandonado, la tomé entre mis manos y la acaricié temeroso, esperando su reclamo, pero nada me dijo.

        Alcé la vista y miré hacia los lados buscando al viejo Cascalote y ya no estaba, ni tampoco el Cirián, ni las Apachicuas, ni siquiera los palos de Espino que tanto florecían cuando llegaban las aguas, sólo bolsas de plástico, pañales desechables, láminas viejas, escombros y basura la adornaban. Una fuerte punzada sintió mi pecho, mi garganta se cerró de angustia y mis ojos se derramaron de aquel llanto contenido; me dejé caer y quise con mis lágrimas regarla con la intención de revivirla, pero estaba muerta desde hacía ya mucho tiempo.

        No se cuánto tiempo estuve así, pues cuando me di cuenta el sol se encontraba ya muy alto y quemaba mi cuerpo enjuto, el cual se encontraba engarrotado y sin ganas de moverse; lentamente me agaché para darle un sentido beso de despedida y sentí que en ese beso se me iba la vida, el amor y las ansias de seguir viviendo. Me puse de pie y empecé a caminar despacito, sin ganas, por entre ese camino ya lleno de basura, inmundicia y abandono; de pronto me paré en seco, di la vuelta y grité desconsolado

(1)

¡Adiós parcela querida!

que tantos gustos me diste,

cuando en tus ricas entrañas

buscando en otros caminos.

(2)

Cómo culpar al destino,

cuando dejamos el nido

ilusionados y ciegos

buscando en otros caminos.

(3)

Sé que no supe cuidarte

cuando tú lo requerías,

hoy que ya tarde regreso

sentí que te me morías.

(4)

Hoy que te volví a mirar

sola, con maltrato y triste

mi corazón se angustió

y mis ojos tú los viste.

(5)

¡Gracias! te digo de nuevo

mi pedacito de tierra,

quisiera que cuando muera

en tu seno me enterraran.

(6)

Una cruz de Corongoros

en el pecho me pusieran

y por mortaja mi hermano

unas ramas de Cirián.
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