Mis años viejos

Por: el Dr. Andrés Corona Sánchez.

 

            Ayer me acordé de ti de nueva cuenta, casi como todos los días por las mañanas, sí como aquellas venturosas mañanas que a tu lado despertaba, mirándote en silencio, acariciándote suave y besando tu almohada. Día a día desde que te conocí, bendije tu compañía, aspiré el delicado perfume de tu cuerpo y quité mi frío con el calor que emanabas.

            Así es amada mía, cada mañana, despierto añorándote como entonces, acariciando el espacio vacío e imaginando que ya te levantaste a tus quehaceres de madre. Sí, cuando ignorando el dolor de tus frágiles articulaciones los quehaceres vencías y con travesuras graciosas a tus hijos levantabas de la cama para que cumplieran su cometido, arreglarse para acudir a su escuela.

            Aún escucho aquellas risas graciosas que de sus cuartos emanaban, inquietas, brillantes y grandiosas cuando tus caricias travesurientas prodigabas, aún escucho tus suaves palabras cuando los aconsejabas, cuando los regañabas severa o cuando con besos los premiabas. Sí, aún escucho aquella suave voz cuando me ordenaba con firmeza, papi los niños te esperan, cariño que se hace tarde.

            Recuerdo cuando sus caritas amodorradas aún se acercaban a mi lecho a darme el beso de los buenos días, cómo se esforzaban por no contradecirte y por terminar pronto lo que tú les preparabas; cómo olvidar esas cosas y menos cuando se encontraba lista ya aquella humeante taza de café con la que tú me chiqueabas. Y así partía rumbo al colegio de los niños, despeinado y en bata para que nunca tarde llegaran.

            Y al regresar de la encomienda ya te encontraba arreglada como una flor que el rocío regara, brillante, esplendorosa, elegante y distinguida; por eso de prisa y haciendo gala de aquella juventud en un santiamén me arreglaba, para llevarte a mi lado rumbo a tu lugar de trabajo. Y los tiempos pasaron y los hijos crecieron; los achaques llegaron y tú te me fuiste, demasiado pronto, demasiado aprisa, como el viento, en un momento.

            Y el tiempo se ha ido, pasando, pasando, y en mi recuerdo tú sigues, estando y viviendo, por eso te escucho a diario cantando, por eso te saludo llegando, llegando, y no me respondes y sigo llorando. Pero ahí estás presente, mis hijos lo dicen, mis nietos lo sienten, te miran hablando y por las noches en nuestro lecho me esperas, te abrazo suavecito y te platico quedito, como para no despertarte.

            Y al amanecer de nuevo te encuentras ausente, pero me hago a la idea que fuiste a visita y por la tarde regresas, y si es en la tarde pienso que fuiste a la iglesia con tu sevellana blanca, con tu rosario de bodas y tu libro de oraciones y que después llegarás cuando mi cansancio sea compensado por el sueño. Así es diario vida mía y así será no se por cuanto tiempo, pero prefiero que siga siendo de esa manera para no torturar a mi corazón con tu pérdida.

            Por eso hoy que sigo viviendo quiero dedicarte esto que escribí con mucho cariño, como aquella vez de tu cumpleaños, espero lo disfrutes:

MI VIEJO CORAZON

 

Ayer eras mi sol, hoy mi presente

mañana mi futuro y tú ausente

después no se qué pase,

cuando llegue la muerte.

 

La luz desaparece poco a poco

el frío ya cala por las tardes

mis ansias aumentan cada día

y mi sueño se apresura por las noches.

 

Tu ausencia es el cobijo de mi vida

tus recuerdos la razón de mi existencia

tus hijos el emblema de dos vidas,

y tus nietos la secuencia ya vivida.

 

El sol ya no se asoma como entonces

el aire ya no silba como ayer

mi cuerpo se seca poco a poco

y mi corazón se aferra a tu presencia.

 

Mis ojos se secaron hace tiempo,

mis huesos ya curvados no soportan

los dolores del tiempo que acrecentan

los latidos de mi viejo corazón.

 

¡Es cuanto…!

 

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