Independencia de México

(Primera de tres partes)

El proceso de la Independencia de México fue uno de los más largos de América Latina. La Nueva España permaneció bajo el control de la Corona por tres siglos. Sin embargo, a finales del siglo XVIII, ciertos cambios en la estructura social, económica y política de la colonia llevaron a una élite ilustrada de novohispanos a reflexionar acerca de su relación con España. Sin subestimar la influencia de la ilustración, la Revolución Francesa ni la independencia de Estados Unidos, el hecho que llevó a la élite criolla a comenzar el movimiento emancipador fue la ocupación francesa de España, en 1808. Hay que recordar que en ese año, Carlos IV y Fernando VII abdicaron sucesivamente en favor de José Bonaparte, de modo que España quedó como una especie de protectorado francés.

Miguel Hidalgo y Costilla.
Miguel Hidalgo y Costilla.

En las colonias españolas en América, se formaron varias juntas que tenían como propósito conservar la soberanía hasta que regresara el rey Fernando VII al trono. Nueva España no fue la excepción (encabezados por Francisco Primo de Verdad y Ramos), la diferencia es que el primer intento de este tipo concluyó con la destitución del virrey y la sujeción del Ayuntamiento de México a la autoridad directa de la nueva cabeza de la colonia (que a diferencia de Iturrigaray, no simpatizaba con la Junta). Tal situación llevó a los criollos a radicalizar su posición. Finalmente, el núcleo donde hubo de comenzar la guerra por la independencia fue Dolores, Guanajuato, luego que la conspiración de Querétaro fue descubierta. Aunque aquel 16 de septiembre de 1810 el cura Miguel Hidalgo y Costilla se lanzó a la guerra apoyado por una tropa de indígenas y campesinos, bajo el grito de “Viva la Virgen de Guadalupe, muerte al mal gobierno abajo los gachupines”, finalmente la revolución le llevó por otro camino y se convirtió en lo que fue: Una guerra independentista.

El conflicto duró once años y distó mucho de ser un movimiento homogéneo. Como se ha dicho, al principio reivindicaba la soberanía de Fernando VII sobre España y sus colonias, pero con el paso del tiempo adquirió matices republicanos. En 1813, el Congreso de Chilpancingo (protegido por el Generalísimo José María Morelos y Pavón) declaró constitucionalmente la independencia de la América Mexicana. La derrota de Morelos en 1815 redujo el movimiento a una guerra de guerrillas. Hacia 1820, sólo quedaban algunos núcleos rebeldes, sobre todo en la sierra Madre del Sur y en Veracruz. Por esas fechas, Agustín de Iturbide pactó alianzas con casi todas las facciones (incluyendo al gobierno virreinal) y de esta suerte se consumó la independencia el 27 de septiembre de 1821. España no la reconoció formalmente hasta diciembre de 1836 y de hecho intentó reconquistar México, sin éxito.

La ex colonia española pasó a ser una efímera monarquía constitucional católica llamada Imperio Mexicano. Finalmente fue disuelto en 1823, cuando luego de varios enfrentamientos internos y la separación de Centroamérica, se convirtió en una república federal.

ANTECEDENTES

Situación económica y social del virreinato de Nueva España

El pilar de cuando se empezó la economía colonial de Nueva España era la explotación de esclavos. Durante la segunda mitad del siglo XVIII la producción minera vivió una de sus mejores épocas.

La producción de oro y plata (los dos metales más importantes para la minería novohispana) se triplicó en el período de 1740-1803 (Villoro, 1989: 594). Asociados a esta importante actividad, existía un complejo de ramos económicos que de una u otra manera se vieron beneficiados por el auge minero. Por ejemplo, los grupos de comerciantes que controlaban el tráfico entre la colonia y España; o bien, los dueños de las comarcas agrícolas que abastecían a los principales centros mineros o comerciales en todo el país (el valle de Puebla, asociado a la ciudad de México, o el Bajío, vinculado a las minas de Zacatecas y Guanajuato).

Sin embargo, con las Reformas borbónicas, puestas en marcha desde la metrópoli, se fueron desarrollando nuevas ramas económicas en Nueva España. Aunque en general, las reformas representaron un cierto aliento de cambio a los casi tres siglos de continuidad en el sistema colonial, el beneficio para los diversos grupos de la sociedad novohispana no fue igual. Las clases bajas no vieron grandes variaciones en su situación subordinada. Pero quienes vieron profundamente afectados sus intereses fueron las familias vinculadas con el comercio exterior. Por aquella época, el comercio entre Nueva España y la metrópoli se realizaba exclusivamente por medio del puerto de Veracruz. Esta es la razón de que los comerciantes de esa ciudad tuvieran tan grande influencia en la política y la economía de la colonia.

Pero con la declaratoria de libre comercio entre las colonias y la abolición del monopolio veracruzano, crecieron en poder y número las cámaras de comerciantes en otros puertos de Nueva España. Este fue uno de los factores que contribuyeron al auge minero de finales del siglo XVIII. Puesto que las familias de comerciantes habían visto amenazadas sus inversiones e intereses, trasladaron buena parte de su capital a la industria minera. Los espacios vacantes fueron ocupados en muchas ocasiones por los americanos. Los criollos de las colonias españolas ocupaban una posición inferior con respecto a los peninsulares (designados en el habla mexicana como gachupines) en la estructura de la sociedad virreinal. Sin embargo, no eran un grupo del todo despojado de importancia específica: Por ejemplo, en Guanajuato las minas más importantes de la región se encontraban en manos de familias criollas. Por otro lado, la apertura derivada de las reformas borbónicas de finales del siglo XVIII, propició el crecimiento de una pequeña clase media de extracción americana.

 

Revoluciones burguesas:

Francia y Estados Unidos

Sin duda, dos movimientos marcaron la historia del final del siglo XVIII. Uno fue la Revolución francesa, y el otro, la independencia de Estados Unidos. Tanto una como la otra tenían su sustento en las ideas de la Ilustración. A su triunfo, las revoluciones en Francia y Estados Unidos proclamaron la igualdad de los hombres ante la ley y dieron amplias libertades a los ciudadanos; una categoría que nacía precisamente con el iluminismo francés. Desde luego, estas ideas no eran del todo desconocidas en las colonias españolas. Se sabe, por ejemplo, que el cura Miguel Hidalgo era simpatizante de la Ilustración, y que muchos de aquellos que participaron en la Guerra de Independencia de México conocían con mayor o menor profundidad las ideas del liberalismo.

Invasión francesa en España

Este factor fue determinante, pues el clero español sabía que si Napoleón tomaba el poder en España, al tener una ideología diferente al catolicismo, perdería el poder sobre el pueblo; por esta razón, el cura Miguel Hidalgo y Costilla junto con el padre José María Morelos y Pavón iniciaron la independencia de México para que el poder de Napoleón no afectaría directamente al clero de la Nueva España.

La invasión de Portugal por parte de las tropas de Napoleón en 1807 obligó la huida de la Casa de Braganza a Brasil. En España, este suceso había provocado la división de la familia real española. Instigado por Manuel Godoy, el príncipe de Asturias había planeado un complot para destituir a sus padres de la corona. Finalmente, logró que Carlos IV abdicara en su favor el 19 de marzo de 1808. Tal suceso no complació en nada a Bonaparte, que intentó forzar a Carlos IV a declarar nula su abdicación. Aunque Fernando VII intentó formar un gobierno propio y organizar España, Napoleón le condujo con engaños a Bayona, donde el 5 de mayo de 1808 lo forzó a ceder la corona a su padre, para que luego éste la entregara al francés.

 

Los dominios españoles en América ante la ocupación de la metrópoli

Aunque aparentemente no hubo ningún cambio en la organización y los vínculos entre España y sus dominios ultramarinos en América, en realidad en cada una de las colonias había una discusión sobre quién era el verdadero soberano de las tierras americanas. El problema era que, nominalmente, la soberanía de los dominios españoles radicaba en el titular de la Corona de España. No había una claridad sobre la posición que se debía guardar ante la ocupación extranjera de la metrópoli. Para algunos, la opción era reconocer al gobierno francés de ocupación. Para otros, la soberanía radicaba en Fernando VII, y por lo tanto, no estaban dispuestos a reconocer a Bonaparte como soberano. Y había un tercer grupo, influenciado por las ideas de la Ilustración y la reciente independencia de Estados Unidos, para quienes la opción era la separación de las colonias. Hay que señalar que en realidad, estos partidos estaban formados sobre todo por los miembros de las clases altas y medias, es decir, por españoles peninsulares, criollos y algunos mestizos -muy pocos- que habían llegado a ocupar algún cargo en la estructura de poder colonial. Para la mayor parte de la población americana, lo ocurrido en España no tenía gran significación en su vida cotidiana.

En varias ciudades americanas se formaron Juntas Provisionales, cuyo propósito fue conservar la soberanía en sustitución del legítimo rey de España y hasta que Fernando VII fuera reinstalado en el trono. Las Juntas que se formaron en ciudades como Quito en (1809), Caracas (1810), Valledupar (1810) o Lima, tenían su origen casi todas ellas en la estructura municipal, una de las instituciones de gobierno más arraigadas en el mundo hispánico. Casi todas ellas fueron dominadas por criollos ilustrados, dado que como regla general (regla en la que caben excepciones) los españoles peninsulares se oponían a la formación de gobiernos soberanos.

Junta de México

Conociendo la situación en España, la élite novohispana no era ajena a los cuestionamientos acerca de la encarnación de la soberanía de los territorios bajo el dominio español. Ante las abdicaciones de Bayona, esta élite de letrados se dividió claramente en dos partidos. Para algunos, cuyo portavoz era la Real Audiencia de México, el poder en Nueva España seguía radicando en el rey Fernando, aunque momentáneamente se encontrara ausente. Por lo tanto, la estructura social de la Nueva España debía seguir inmutable y seguir como vasallos de la Corona española. Para los otros, la situación era más compleja. El Ayuntamiento de México, encabezado por un grupo de criollos que se habían beneficiado de las reformas implantadas por los reyes borbónicos en el siglo XVIII, encuentra en la crisis política una oportunidad para implantar reformas políticas en el Virreinato.

El 5 de agosto de 1808, el Ayuntamiento de México propone al virrey José de Iturrigaray convocar a una junta de ciudadanos que gobierne en el nombre de Fernando VII.

Este ayuntamiento plantea el problema del asiento de la soberanía. Acepta, sin duda, el derecho de Fernando a la corona, y no le niega obediencia; pero introduce una idea que cambia el sentido de su dominio: La soberanía le ha sido otorgada al rey por la nación, de modo irrevocable. Las abdicaciones de Carlos y Fernando son nulas, pues el rey no puede disponer de los reinos a su arbitrio.

Los pensadores del Ayuntamiento de México apelaban a la teoría del contrato social en sus argumentos a favor del establecimiento de un gobierno soberano en la Nueva España, aunque como se ha dicho, no estaban promoviendo propiamente una separación de la Colonia. Sin embargo, esto no era entendido así por el otro bando de la élite novohispana. Para ellos el establecimiento de la Junta de México era una amenaza contra la permanencia del sistema colonial del cual ciertamente eran beneficiarios. El reconocimiento de la junta soberana, aunque fuera meramente sustituta y provisional, implicaba su renuncia a las posiciones hegemónicas que los españoles peninsulares ocuparon a lo largo de tres siglos de dominio hispano.

La tesis de la soberanía popular fue condenada como anatema por el inquisidor Prado y Obejero, y en el mismo tenor se había pronunciado la Real Audiencia por boca del oidor Guillermo Aguirre. Finalmente, la disputa entre la Real Audiencia y el Ayuntamiento llevó a un golpe de Estado contra el virrey Iturrigaray. Encabezados por Gabriel de Yermo, los opositores a la junta destituyeron a Iturrigaray, poniéndolo preso el 15 de septiembre de 1808. La Real Audiencia impuso como virrey títere a Pedro de Garibay. Los líderes del Ayuntamiento fueron encarcelados o desterrados.

Primera etapa: Iniciación (1810-1811)

La etapa de iniciación de la guerra de independencia de México corresponde al período comprendido entre el Grito de Dolores -con el que el cura Hidalgo convocó a su pueblo a levantarse en armas en la mañana del 16 de septiembre de 1810- y la captura del Generalísimo de América en Norias de Acatita de Baján, cuando intentaba huir de los perseguidores del ejército real.

Conspiración de Querétaro

Una de estas ciudades fue Querétaro. Ahí se había formado un grupo de letrados, pequeños comerciantes y militares del ejército colonial, que pretextando reuniones literarias, se reunía en una academia de la población. Este grupo es conocido en la historia de México como conspiradores de Querétaro. Entre sus miembros se encontraban el cura Miguel Hidalgo y Costilla, el militar Ignacio Allende, el pequeño industrial Juan Aldama, el corregidor de la ciudad José Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz de Domínguez.

La Conspiración de Querétaro fue descubierta en septiembre de 1810. Los conspiradores tuvieron tiempo de prevenirse ante la intervención de las autoridades virreinales en la ciudad de Querétaro. Josefa Ortiz de Domínguez alcanzó a dar aviso a Juan Aldama del peligro en que se encontraba el movimiento independentista, al encontrarse las tropas realistas en Querétaro. A su vez, Aldama se puso en camino a Dolores, para poner al tanto de la situación al cura Hidalgo. Apremiado por la situación, Hidalgo convocó al pueblo de Dolores, tocando las campanas de la parroquia local. Acudieron las personas, aún cuando era de madrugada, y ante ellos, Hidalgo grito ¡viva la virgen de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII! ¡y muera el mal gobierno!, con el que se suele marcar el inicio de la Independencia de México.

Campaña militar

En la madrugada del 16 de septiembre de 1810, al grito de ¡Viva la Virgen de Guadalupe! ¡Abajo el mal gobierno! ¡Viva Fernando VII!, Hidalgo se dirigió al presidio de Dolores, acompañado de un puñado de campesinos mal armados y peor preparados p0ara la milicia. Puso en libertad a los presos y armó a su ejército con los escasos pertrechos disponibles en la armería local. Contaba además, con los refuerzos que pudieran proveerle Allende y Mariano Abasolo, oficiales del ejército. Acompañado de esta tropa cuya magnitud se desconoce, se dirigió primero a Atotonilco el Grande, donde tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe, que es considerada la primera bandera mexicana. Ahí nuevamente arengó a su tropa, con el grito de ¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines!; y prosiguió hacia San Miguel el Grande donde llegaron a reforzarlo Abasolo y Allende.

A su salida de San Miguel el Grande, la tropa insurgente seguía siendo mayoritariamente campesina. A su paso por las poblaciones del oriente de Guanajuato se sumaban a él nuevos miembros. Pero la mayor parte de los criollos no veían con buenos ojos el levantamiento de los conspiradores de Querétaro. Incluso el mismo Ignacio Allende comenzaba a ver con recelo a Hidalgo, a quién más tarde acusaría de haberse dejado llevar por la plebe. Así las cosas, el Ejército Insurgente salió rumbo a Celaya, donde obtendría su primera victoria importante el 20 de septiembre de 1810. Enarbolando un retrato de Fernando VII, la tropa tomó la ciudad y la saqueó. En esa población, Miguel Hidalgo fue proclamado Generalísimo de América, quedando al mando del ejército por encima de Allende, que sin duda era más hábil en lo que se refiere a táctica militar.

De Celaya, los insurgentes salieron con rumbo noroeste y en su camino se apoderaron de Salamanca, Irapuato y Silao. Llegaron a Guanajuato el 29 de septiembre.

El intendente Riaño se parapetó en la Alhóndiga de Granaditas, uno de los edificios más fuertes y gruesos de la ciudad, creyendo que en ella estaría a salvo. Sin embargo, siendo superados en número por los atacantes y muerto el intendente, los españoles tuvieron que capitular. Al tomar la alhóndiga, el ejército insurgente asesinó a unos doscientos soldados y a todos los refugiados realistas y españoles que se hallaban refugiados en el edificio (De la Torre, 982).

La ocupación y saqueo de la ciudad de Guanajuato por parte de los insurgentes fue el inicio de una serie de victorias que los llevó a ocupar ciudades tan importantes como Valladolid (hoy Morelia, que se rindió ante el temor de ser saqueada como Guanajuato), Toluca y llegar a la antesala poniente de la ciudad de México: La Sierra de las Cruces. En ese sitio, el ejército de Hidalgo propinó una de las peores derrotas a los realistas, pero por razones que son desconocidas, el generalísimo decidió volver a la capital de Michoacán.

A su regreso a la capital michoacana, los insurgentes fueron atacados por el ejército español, al mando de Félix María Calleja del Rey, en Aculco. La Batalla de Aculco dejó bien claro que los insurgentes no estaban en condiciones para hacer frente al ejército español. Las deserciones fueron cuantiosas y fueron capturados unos seiscientos elementos del Ejército Insurgente, armamento de los rebeldes y otras pertenencias. Teniendo en cuenta la situación, los insurgentes se dividieron y el grueso de las tropas se volvió -con Allende a la cabeza- rumbo a Guanajuato; mientras apenas un puñado regresó con Hidalgo a Valladolid. Hidalgo pudo obtener apoyo financiero de la Iglesia y la adhesión de varios centenares de jinetes e infantes; no corrió la misma suerte Allende, que tuvo que abandonar Guanajuato con rumbo al norte para reunirse con Abasolo y Aldama en San Luis Potosí.

A estas alturas, los simpatizantes de los insurgentes ocupaban otras ciudades en todo el territorio de Nueva España. Rafael Iriarte controlaba León, Aguascalientes y Zacatecas. Luis de Herrera y Juan de Villerías ocupaban San Luis Potosí. En Toluca y Zitácuaro estaba Benedicto López. José María Morelos ya había unido a los calentanos de Michoacán y México a la guerra; mientras que Miguel Sánchez y Julián Villagrán controlaban el Valle del Mezquital, en el norte de la intendencia de México. Guadalajara fue tomada por José Antonio Torres el 11 de noviembre de 1810, luego de haber ocupado el sur de Jalisco y la región de Colima. Las provincias norteñas como Texas, Coahuila y Nuevo León también se habían sumado a la causa insurgente.

Habiendo abandonado los insurgentes las principales plazas tomadas apenas unos días después del inicio de la guerra, éstas fueron recuperadas por el ejército virreinal. Esto ocurrió entre noviembre de 1810 y los primeros meses de 1811. El 17 de enero de 1811, los insurgentes sufrieron una escandalosa derrota, nuevamente a manos de Calleja, en la Batalla del Puente de Calderón, que los obligó a huir hacia Zacatecas. Sin encontrar apoyo en esa ciudad, los jefes insurgentes tuvieron que dirigirse hacia el norte, buscando el apoyo de las provincias septentrionales de la Nueva España.

Engañados por supuestos aliados, se dirigieron rumbo a Monclova, aunque no sabían que esta población era el núcleo de un movimiento contrainsurgente. En Monclova se reunirían con José Mariano Jiménez, quien les brindaría apoyo para pasar a Estados Unidos. Los remanentes del Ejército Insurgente, a su paso por Saltillo, fueron puestos al mando de Ignacio López Rayón, quien partió rumbo al sur para refugiarse en las montañas de Michoacán. Finalmente, en Acatita de Baján, cerca de Monclova, los insurgentes fueron capturados por Ignacio Elizondo el 21 de marzo de 1811. Fueron conducidos a Chihuahua, donde los realistas fusilaron a veintidós miembros de la tropa rebelde, entre ellos Aldama, Allende, Jiménez (26 de junio), Hidalgo (30 de julio); mientras que Abasolo fue exiliado a España, donde murió en prisión en 1816. Las cabezas de estos cuatro personajes fueron colgadas en las cuatro esquinas de la alhóndiga de Granaditas.

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