Rosalinda
Juan Miranda Alvarado.
Madrugada de julio y Rosalinda está recostada en la cama de madera, como una venadita cansada, ella es mía con sus besos aciruelados y austeros, su piel blanca es mi casa, donde suelto los últimos peces de mi otoño, incluso, su cabello aromático y anochecido es el paraíso predilecto de mis ojos viejos; ella, mujer de todos de mis tiempos, conjura todas mis tristezas, porque somos un árbol injertado de amor, sólo de amor.