Delirios de un soñador

“VOLVER A NACER”

Por: El Dr. Andrés Corona Sánchez.

Cuentan que hace ya mucho tiempo, había un rey con un vasto imperio, innumerables súbditos y una gran riqueza, todo era felicidad, pues la vida le había dado todo, con decirles que hasta contaba con cuatro esposas, y lo curioso de todo que este monarca se daba el lujo de amar más a la cuarta de ellas, pues la adornaba con ricas vestiduras, oro y piedras preciosas y la complacía con las delicadezas más finas, en resumen, le daba todo lo mejor. A su tercera esposa también la amaba, pero de manera diferente, pues a ésta siempre la exhibía cauteloso en las reuniones de la corte y en los reinos vecinos, pero tenía temor de que algún día por descuido ella se fuera con otro.

A su segunda esposa la quería porque era su confidente fiel y siempre que acudía con ella, ésta se mostraba bondadosa, considerada y paciente con él, pues cada vez que él tenía algún problema, solamente confiaba en ella para que le ayudara a salir de los tiempos difíciles. Sin embargo a su primera esposa, su compañera más leal, la que había hecho grandes contribuciones para mantener sin deterioro la riqueza y la estabilidad del reino, el monarca no la amaba, a pesar de que ella se esforzara en amarlo profundamente, él apenas si se fijaba en ella.

Pero un día sucedió que el rey enfermó y se dio cuenta que le quedaba muy poco tiempo de vida, fue entonces que se puso a pensar acerca de lo que había hecho con su vida llena de lujos, riquezas de excesos y hasta cuatro esposas; entonces recapacitó, y pensó, cuál de mis cuatro esposas me acompañará cuando yo muera, esto lo inquietó a tal grado de quitarle hasta el sueño, porque aún teniéndolo todo le aterraba la idea de que el día que muriera, tendría que partir solo hacia ese lugar desconocido.

Acongojado por este pensamiento y por la cercanía de su muerte, decidió preguntarle a cada una de sus esposas la disposición que tenían para con él, así que se dirigió primero a ver a su cuarta esposa, a la que más quería, y le preguntó; “esposa mía, te he amado más que a todas, te he adornado con las mejores vestimentas, cubierto de oro y te he cuidado con esmero, por eso ahora que estoy a punto de morir te pregunto”… ¿Estarías dispuesta a seguirme y a ser mi compañera en este viaje..?; de inmediato le contestó: ¡Ni pensarlo! y sin decir nada más, dio media vuelta y se alejó de prisa dejándolo solo.

Asombrado, aquel poderoso hombre de lo que había escuchado sintió un dolor intenso en su corazón, como si un filoso puñal lo hubiera atravesado de lado a lado, pálido y meditabundo aquel monarca caminó con su tristeza a cuestas y se dirigió con su tercera esposa a la que le preguntó lo siguiente: “Esposa mía, te he amado toda mi vida y ahora que me estoy muriendo quiero preguntarte, ¿estarías dispuesta a seguirme y acompañarme en este viaje…? ¡no!, le contestó de inmediato, ¡porque la vida es demasiado buena y cuando tú mueras pienso volverme a casar!.

Dolorido el monarca dio media vuelta y se alejó con un nudo en la garganta atravesando aquellos grandes salones que conformaban su reino y se dirigió hacia las habitaciones donde se encontraba su segunda esposa, albergaba una esperanza con ella, por eso al tenerla de frente le preguntó: Querida esposa, siempre he venido a ti cuando más necesito tu ayuda y siempre has estado para dármela, hoy que estoy a punto de morir, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi acompañante en esta aventura..?, ¡lo siento querido rey, pero esta vez no puedo ayudarte, lo que más podré hacer por ti cuando ya mueras, es enterrarte solamente…!.

Aquel hombre escuchó la respuesta y sintió como si un relámpago estruendoso lo destruyera completamente y se preguntaba, ¿cómo era posible que siendo tan poderoso le contestaran así…? frustrado y dolorido se arrimó a un rincón oscuro y empezó a llorar desconsoladamente. De pronto escuchó una suave voz que le dijo ¡amado mío, no te preocupes que yo me iré contigo y te seguiré a donde quiera que tú vayas!.

Aquel hombre desconcertado por esa voz, alzó la mirada y la vio, ahí estaba ella, su primera esposa, serena, tranquila, delgada y desnutrida, se le quedó mirando y con infinita ternura le dijo “perdóname amada mía, debí haberte atendido mejor y no lo hice, mira nada más cómo te encuentras, dime qué debo hacer para compensarte”; ella le contestó “nada querido mío, ya no tenemos tiempo, es hora de partir”.

Esto que te cuento, es para que sepas que cada uno de los seres humanos desde que nacemos tenemos cuatro esposas, la cuarta esposa, es nuestro cuerpo, el cual va a desaparecer cuando llegue la muerte, sin importar el tiempo y esfuerzo que hayamos invertido en hacerlo lucir bien; la tercera esposa, son las posesiones, condición social y riqueza que acumulamos, sin darnos cuenta que cuando se llegue el momento, irán a parar a manos de otros.

La segunda esposa, es la familia y amigos, que sin importar cuantos hayan sido de apoyo a nosotros, lo que más pueden hacer es acompañarnos al panteón para dejarnos sepultados; y la primera esposa, la más importante, es nuestra alma, la que frecuentemente ignoramos en la búsqueda de la fortuna, del poder y los placeres del ego y es la única que nos va a acompañar a donde quiera que vayamos, así que hoy los invito a que la cultivemos, la fortalezcamos y la cuidemos esmeradamente, pues es el más grande regalo que el Creador nos ha dado, hagámosla brillar.

¡Es cuanto!.

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