Delirios de un soñador

Por: El Dr. Andrés Corona Sánchez.

Padres huérfanos

Mayo 15 de 2010

Pocas veces me llama la atención algún artículo, pero este que leí, me invitó a reflexionar seriamente y de él aprendí que existe un periodo en nuestro ciclo de vida como seres humanos, en que los que somos padres, nos quedamos huérfanos de nuestros hijos aunque no lo queramos; ellos crecen independientemente de nosotros, como árboles murmurantes y pájaros imprudentes, crecen sin pedir permiso a la vida, con una estridencia alegre y a veces, con alardeada arrogancia; pero crecen y lo hacen todos los días, y saben que es lo más sorprendente, que ¡crecen de repente!.

Un día, se sientan cerca de uno y con increíble naturalidad, te dicen cualquier cosa que te indica que esa criatura, hasta ayer en pañales y pasitos temblorosos e inseguros, creció… ¿Y en qué momento fue que no lo percibimos?, ¿dónde quedaron las fiestas infantiles, los juegos en la arena y los cumpleaños con payasos?. Crecieron en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil, por eso ahora estamos muchos de nosotros ahí, en la puerta de la disco, esperando ansiosos, no sólo a que crezcan, sino a que aparezcan.

Así estamos muchos padres, cuando circulamos al volante del vehículo de la vida, esperando que salgan zumbando de una esquina sobre sus patines, con sus pelos largos y sueltos; nuestros hijos, que crecieron entre hamburguesas y refrescos, platicando sus aventuras en las esquinas, con el uniforme de su generación y sus incómodas mochilas en la espalda, fabricando edificios con sus sueños, y nosotros con el pelo ya entrecano. Esos son nuestros hijos, a los que amamos a pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y las dictaduras de las horas.

Ellos crecieron observando y aprendiendo con nuestros errores y nuestros aciertos, principalmente con nuestros errores que esperamos que ellos no los cometan; de pronto aparece un periodo en el que los padres nos vamos quedando huérfanos de hijos, ya no los buscamos en las puertas de las discotecas o los cines, porque quedó atrás el tiempo de las caricaturas, el fut, la lucha libre y los helados, porque sin darnos cuenta se salieron del asiento de atrás y tomaron el volante de sus propias vidas.

Es entonces cuando resignadamente nos decimos “por qué no estuvimos más tiempo junto a su cama por las noches, para ver cómo respiraban tranquilos después de sus duras jornadas de juegos, para conversar de sus sueños, para enterarnos de sus confidencias entre las sábanas de la infancia o las cobijas de la adolescencia”. Hoy en sus cuartos sólo quedan los postres de colores empolvados, sus viejos zapatos, sus recortes y sus viejas libretas arrinconadas, ¡porque los dejamos crecer sin mostrarles todo nuestro afecto!.

Recuerdo cuando salíamos a pasear al campo, a la playa, a los balnearios y a las reuniones familiares; y qué decir de las navidades y año nuevo que esperábamos con ansia para estar todos juntos; cuando se peleaban por ir cerca de la ventana del auto, cuando nos pedían que les compráramos chicles y que pusiéramos la música de moda que a ellos les gustaba y no la nuestra. Pero se llegó el tiempo en que para ellos viajar con nosotros se convirtió en un sufrimiento, porque se les hacía difícil separarse de los amigos y a veces, de los primeros romances.

Ahora cuando quedamos exiliados de los hijos y nos llega como premio la soledad y la aparente tranquilidad que siempre habíamos deseado, se llega el momento en que sólo los miramos de lejos, en silencio, esperando que elijan bien su felicidad; con la esperanza de que conquisten el mundo del modo menos complejo posible. Por eso en esos momentos, no nos queda más que… esperar, pues en cualquier momento pueden llegar los nietos, a quienes a partir de entonces, les entregaremos el cariño ocioso y estancado que llevamos dentro y que no se lo supimos dar a nuestros hijos.

Por eso ahora, los que somos abuelos, somos tan desmesurados en las manifestaciones de amor por ellos, porque nos descontrolamos todos con sus infantiles expresiones de cariño, de sus juegos, de sus balbuceos, de sus pláticas, de sus sueños y además, porque se quiera o no, los nietos son nuestra última oportunidad de reeditar nuestro afecto. Por eso aquellos que ahora son padres, es necesario hagan algo más por sus hijos, antes de que crezcan; porque deben saber que, sólo se aprende a ser hijo, cuando se es padre y se aprende a ser padre, cuando se es abuelo.

¡Es cuanto!.

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