Las serenatas de ayer

Dr. Andrés Corona Sánchez.

        Era un 15 de septiembre y amanecía con una ligera lluvia mañanera, el viento soplaba despacito y yo me arrejolaba en mi cama de cachire envuelto en aquella picha nueva que mi padre comprara en las pasadas fiestas de San Lucas en el mes de febrero; en el patio ladraban los perros a las gentes que habían mañaneado para irse a trabajar, mi madre ya prendía la lumbre en el fogón y mi hermano ya le echaba ganas en el molino de mano moliendo el nixtamal para unas memelas calientitas.

        Era el mes patrio, y la fecha esperada por casi todos los jóvenes en edad de enamorarse, porque ese día empezaban también las esperadas serenatas, por eso debía levantarme pronto para irme al potrero a cortar cañas dulces para venderlas en la plaza de toros a veinte centavos y juntar dinero para comprar serpentinas y flores de mariposa para regalarle a las muchachas que muy elegantes acudían a darle la vuelta al jardín del pueblo.

        Ensillé mi burra y partí contento al encuentro con la naturaleza, muy cerca del cerro prieto que daba cobijo a aquella hermosísima parcela que mi padre cuidaba con esmero, casi como a una madre, porque siempre nos daba enormes plantas benditas que nos prodigaban alimento. Amarré la burra a un palo de espino y me dirigí hacia el centro de la milpa y empecé a escoger las cañas más sazonas y jugosas para cortarles la espiga y muy cerca de la pata para completar dos tercios que serían suficientes para venderlas y recabar dinero.

        Completada mi tarea cargué contento mi burra consentida y regresé cantando de alegría a la casita donde ya mi madre me esperaba orgullosa y contenta, pues ya veía en mí, a un joven a punto de madurar, pues tomaba muy en serio mi responsabilidad. Descargué las cañas, ingerí mis alimentos y me dispuse a irme a venderlas al corral de toros en donde en menos que canta un gallo acabé aquella preciada carga lo que dejó muy buenos dividendos.

        La tarde se vino encima y la emoción por acudir a la fiesta era enorme, por eso me fui rápido a bañar al arroyo que pasaba cerca de mi casa, pues ya faltaba poco para que diera inicio el evento del “Grito”, y después vendría el encendido del Castillo y enseguida la primer serenata; sí mis amigos, ir al jardín era ilusión de aquellos tiempos, de aquellos ayeres, de aquel bello pasado. Me dispuse a estrenar una muda de ropa, crujiente y olorosa a nueva, zapatos nuevos, calcetines, pañuelo limpio, brillantina en el pelo y loción “cara” para ese día.

        Mi padre al verme ya arreglado se quedó muy serio y pensativo, ¿acaso vería en mí a aquel muchacho que él había sido en aquellos ayeres?, quién sabe, pero no estaba triste, al contrario se le notaba cierto gozo interno que me dio seguridad, por eso lo abracé y decidí partir. La banda de música ya tocaba enfrente de la presidencia, recuerdo muy bien aquella melodía clásica de los eventos importantes, se llamaba el Zopilote Mojado y enseguida antes del acto la Marcha de Zacatecas.

        Se realizó la ceremonia del “Grito”, y luego el prendimiento del Castillo que Don Nico el cuetero de Cútzeo, había elaborado con gran esmero, con chifladores, luces multicolores, buscapiés y algunas bombas; acto seguido la banda se trasladó al kiosco del jardín para dar inicio formal a las serenatas en donde las mujeres en fila y tomadas del brazo daban la vuelta en un sentido y los hombres en sentido contrario para poder admirarlas. A las orillas del jardín se ubicaban los puestos de serpentinas, flores, confeti, elotes, fruta de horno, colaciones, bocadillos y dulces de menta.

        Cuando ya se localizaba a la dama que a uno le gustaba y si le tocaba la suerte de que ella se le quedara mirando, entonces se procedía a la compra de serpentinas para aventarlas con la intención de que le cayera a las mujeres elegidas; y aquí había algo curioso, si la muchacha al momento de que le caía la serpentina la enrollaba era seña de que le había caído uno bien, y entonces se procedía a la compra de ramos de flores para regalárselos dando pie al inicio de una relación de amistad y luego amorosa. Pero si la joven que uno elegía al momento de que la serpentina iba bajando y la aventaba hacia un lado, lo mejor era no insistir porque, o ya tenía compromiso o le gustaba otro.

        Hoy esa esencia está perdida, el romanticismo se acabó, el respeto quedó en la historia, la educación embarrada en las calles o de plantón enfrente de alguna oficina gubernamental, y el civismo, ese ya sólo es historia de viejos; y la familia, bueno la familia se acaba y sólo queda la soledad acompañada de los gratos recuerdos. Por eso ya ningún día 15 de septiembre será igual para mí, porque ya no se escucha la banda de música de Don Macario Viveros tocando el Zopilote Mojado, ni Nereidas en el kiosco de mi pueblo, ni serpentinas, ni flores de mariposa, ni los ramos de flores de espino, ni los elotes de mamá, ni los dulces de menta, qué lástima, qué lástima.

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