Aquellas cosas de ayer

Por: El Dr. Andrés Corona Sánchez.

Las hojas de los árboles empezaron a caerse una tras otra, las flores marchitas se aferraban como queriendo quedarse pegadas a los racimos, que en otro tiempo alegres reventaran; el aire se sentía enrarecido, como triste, como pesado y muy frío. Las aves sus trinos silenciaron de repente y sus críos acurrucados en sus nidos se quedaban, quietecitos, sin moverse encimados uno contra el otro y tratando de hacer el menor ruido.

La tarde mortecina parecía llevar prisa en esconderse tras de los cerros prietos, y la luz del astro rey parecía tener prisa en esconderse apresuradamente, para dejar paso al velo tenebroso de la noche; los perros aullaron lastimosamente, como presintiendo algo en el ambiente. Unos nubarrones negros aparecieron de pronto y empezaron a tapar una a una las estrellas del firmamento hasta dejarlo  a oscuras por completo.

El frío empezó a arreciar muy raramente, el tejabán de mi casa de adobe se cimbró lastimeramente por el aire que de pronto arreció sin saber cómo, cerré la puerta de la cocina y me arrejunté al fogón en el que chisporroteaban unos leños de palo de Barsil con la intención de calentarme. El hambre se hizo presente, y decidí cocerme unas hojas de limón para endulzarlas con piloncillo y poder así remojar aquel pandero que se encontraba en el zarzo.

La soledad era demasiado grande para mí, sin embargo debía seguir luchando por vivir, no podía darme el lujo de morir de tristeza y dejar a mis hijos solos en el abandono; quién sabe de dónde me salieron fuerzas, y empecé a cantar una canción de mi niñez. “Ay palomita, cómo le vamos a hacer”, “si a ti te hirió tu palomo y a mí me hirió mi querer”. No supe ni cómo, pero me quedé dormido, cobijado por el calor de los leños que ardieron en aquel viejo fogón.

El ladrido de los perros y los trinos de los pájaros hicieron que despertara de aquel placentero sueño y al abrir los ojos vi los primeros rayos del sol esa mañana; me sentí con bríos renovados y me sentí con ganas de seguir viviendo, de seguir luchando, de seguir trabajando y de seguir recordándote como siempre. Me levanté muy despacio y me dirigí al corral de la casa donde se encontraban mis animales, los cuales al sentir mi presencia empezaron unos a mugir y otros a bramar, como pidiendo que los acariciara.

De la enramada de tazol, bajé unos cuantos manojos de rastrojo para alimentar a las vacas, a los burros les arrimé una vieja tina con moloncos y a las gallinas les aventé un buen puñado de maíz desgranado; la mañana era hermosa, prometedora, pues hasta los árboles de limón parecían más contentos, el pinzan con sus retoños saludaba y el palo de guaje sus vainas me ofrecía. Cómo no seguir viviendo, cómo no seguir luchando cuando todo eso se tiene, por eso, nosotros los rancheros, allá somos felices.

Estos son los sueños de quienes somos de por aquellos lugares y no queremos que se borren de nuestras mentes esos bellos recuerdos, por eso cuando la vejez nos llega queremos retornar al lugar donde nacimos con la intención de revivir nuestro pasado, pero sabemos que es imposible, porque todo aquello se encuentra cambiado o ya no existe. 

 

Hoy quiero tener presente mis ayeres,

para seguir viviendo día con día;

hoy quiero sentir cómo me hieres

con tus desdenes de diva vida mía.

 

Hoy quiero seguir viviendo este presente,

cobijado por las sombras del pasado;

hoy quiero sentirte ya más cerca,

aunque lastimes mi cuerpo ya cansado.

 

Hoy quiero decirte que te quiero,

para que sigas soñando ya sin ver

hoy quiero decirte que te amo

igual que aquellas cosas de ayer.

¡Es cuanto!.

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