Por Otto Schober
A pesar de que la historia oficial lo ha colocado como héroe de bronce, perfecto e inalcanzable, José María Teclo Morelos Pérez y Pavón junto con Miguel Hidalgo, fueron hombres de familia, y con hijos.
Personas de carne y hueso, no sólo héroes que lucharon por tener un México independiente.
En esa época muchos sacerdotes tenían mujer e hijos, tal y como pasa ahora.
Cuando Morelos fue aprehendido y llevado al Tribunal del Santo Oficio en el Palacio de Santo Domingo de la ciudad de México en noviembre de 1815, para ser juzgado sumariamente como hereje por dos jueces: el Dr. Manuel de Flores, inquisidor general de México y el Dr. Matías Monteagudo, inquisidor ordinario de Valladolid.
El inquisidor Flores cuestionó a Morelos sobre la edad de sus hijos, Morelos contesta que el primero tiene 13 y el segundo 1 y que los tuvo fuera del matrimonio.
Y sobre quién fue la madre, Morelos deja asombrados a los inquisidores Flores y Monteagudo cuando dice: el primero con Brígida Almonte, difunta y el segundo con Francisca Ortiz, que aun vive.
El inquisidor Flores le pregunta: ¿en dónde vive Francisca? en Oaxaca, es la respuesta. Le preguntan si es Francisca casada o soltera, Morelos responde: soltera. Le preguntan en dónde están sus hijos, Morelos contesta:-“El mayor lo despaché a estudiar en junio de este año a los Estados Unidos, y el menor tiene un año.
Y está con su madre”. Los inquisidores estaban escandalizados. Morelos les aclara: que “no ha negado la verdad ni tiene más qué decir”.
Pero agrega algo más que hizo que el escándalo del tribunal sea mayor. porque dijo haber respondido sobre sus hijos, pero que no le han preguntado sobre sus hijas, manifestando haber declarado tener dos hijos, pero tiene tres, pues tiene una niña de seis años, que se halla en Nocupétaro.
El inquisidor Flores se escandalizó y no le preguntó quién era la madre de la niña ni cuál era su nombre. Allí quedó el asunto, para intriga y curiosidad de las generaciones venideras al no quedar plasmado en actas.
El 13 de febrero de 1812, en plena gloria de su carrera militar, apareció en Puebla una señora llamada Ramona Galván, que declaró haber tenido un hijo de Morelos el 5 de septiembre de 1808, en Nocupétaro, bautizado con el nombre de José Victoriano; siendo sus padrinos Juan Garrido y María Antonia, la hermana del cura.
Según ella, el niño había quedado al cuidado de un cuñado de Antonia llamado José María Flores, residente en Guanajuato.
Todos los datos concuerdan; todos, menos uno, el de la paternidad.
Morelos reconoció tres hijos, pero no a éste. Sus relaciones amorosas fueron tan discretas, que aún hoy nada sabemos sobre Brígida, menos sobre la madre de la niña, y muy poco sobre Francisca. Fue sumamente cuidadoso con sus relaciones personales.
Las supo envolver en un halo de misterio. El cura era serio, mesurado, prudente, responsable y trabajador.
Todo mundo lo sabía. Era un buen ejemplo. No era dado a los vicios ni a los placeres vulgares.
No bebía, ni jugaba, ni vagaba en las plazas públicas, ni iba a los banquetes, ni tenía barraganas.
Nadie supo que se enamoró. Y los pocos que lo supieron, no sólo respetaron ese sentimiento y la relación que surgió como consecuencia, sino incluso contribuyeron a mantener ésta en secreto.
Después de todo, el cura no era un degenerado ni un vicioso; pero tampoco un santo. Era simplemente humano. Quizá, demasiado humano.
(Resumido y tomado de “Morelos ante sus jueces” de José Herrera Peña)