Delirios de un soñador Por: El Dr. Andrés Corona Sánchez

Hola mis queridos paisanos, se terminó el ayuno, pues después de un periodo muy largo de ausencia vuelvo a dirigirme a ustedes a través de este prestigioso medio, con la intención primero de decirles, sigo vivo, y segundo, para narrarles mis experiencias que aún guardo en el arcón de mis recuerdos.

Hace algunos días visité mi terruño adorado, mi Huetamo (así lo escribo yo mi querido maestro BTZ) y lo primero que hice fue visitar a mis queridos padrinos de boda, Don Chon Martínez y mi adorada madrina Blanquita, después de saludarlos me dirigí a mi vieja casita de adobe, la cual gimió al mirarme como reprochándome el abandono en la que la he tenido.

Miré el tejabán caído de su en otrora tiempo hermosísimo corredor, el cuarto de la cocina de mamá ya destruido y el pequeño solar lleno de Pegoste y hierba seca, el ciruelo Bobo ya no estaba, ni tampoco la Cacamicua, ni los limones, solamente dos árboles de Pinzán que presurosos me ofrecieron sus ricos y bendecidos frutos. El Capire ya no existía, ni tampoco los ciruelos Guingures, ni el Naranjo, ni el Cuajilote que sembró mi apá; carajo lo que es la vida, bueno con decirles que hasta los Cuéramos se sacaron.

Qué tristeza sentí, y dos lágrimas rodaron por mis viejas mejillas acompañadas de sollozos incontrolables, el patio estaba lleno de basura que el tiempo acumuló y las paredes de los cuartos donde dormía se encontraban cuarteadas y como adorno tenían unos grandes chorreones que se hicieron por las tejas quebradas por donde penetró la lluvia; todos los morillos estaban carcomidos por los Chamacuces, los largueros seguían firmes como diciendo aquí estamos todavía y crujieron al mirarme como reclamándome mi abandono.

Salí con un nudo en mi garganta y me fui caminando cabizbajo, arropado por el calor de mi tierra, ese calor que tanto he extrañado y me fui a sentar al pie del viejo Mezquite, mi compañero y amigo; quién sabe cuánto tiempo pasó, pues de pronto la negrura de la noche empezó a cobijarme; fue en ese momento que alcé la vista y descubrí aquella bóveda celeste que por mucho tiempo la borraron las luces de la ciudad; ese hermosísimo firmamento que nos permite un mágico vuelo al infinito y que de niño disfrutaba noche a noche.

Me quedé extasiado y me pregunté qué carajos había hecho para olvidar que esa belleza existía, si mis amigos, recordé cuando con mi viejo admiraba noche a noche las estrellas, las Cabrillas, las estrellas y los luceros que mi padre me enseñaba cuando andábamos en la cosecha de la mazorca. Fue tanta mi emoción de verla de nuevo que no sentí cómo se fue yendo el tiempo hasta que el divino canto de los gallos me volvió a la realidad y decido ir a recostarme para descansar un poco.

Espero me den la oportunidad de nueva cuenta que les siga contando mis historias ya viejas para que muchos recuerden y otros se enteren, si es que mi amigo Juan Luis, así me lo permite, por hoy, es cuanto.

error: Contenido Protegido